martes, 28 de febrero de 2017

Y UN DÍA, TUVIMOS TELÉFONO (SEGUNDA PARTE)


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Prefiero que me lastime la verdad a que me consuele una mentira. (Khaled Hosseini)

Habíamos visto en la anterior entrega que aquella establecida el 4 de enero de 1881 entre Roca e Irigoyen no fue como se estipula en el relato oficial, “la primera comunicación telefónica en nuestro país”. Pero si no fue aquella, restaba entonces determinar cuál lo había sido. Vamos a ello, pues.
El mérito de haber despejado el interrogante corresponde al historiador Mario Tesler, quien después de una paciente y tenaz investigación,  logró determinar sin lugar a dudas que la primera comunicación telefónica en nuestro país se efectuó en Buenos Aires el 17 de febrero de 1878 -sólo dos años después de patentado el teléfono por Bell, dicho sea de paso-, vinculando las oficinas del Telégrafo ubicadas en la calle de la Piedad (actual Bartolomé Mitre) N° 83; y la redacción del diario La Prensa, que por entonces se hallaba en Moreno 109, es decir, dos puntos situados a seis cuadras de distancia uno del otro.
A instancias de Domingo F. Sarmiento, el viejo periódico El Nacional que veintiséis años antes había fundado Dalmacio Vélez Sarsfield, venía desarrollando una campaña en la cual propugnaba la introducción y desarrollo de la telefonía en nuestro país. En ese marco, el 24 de enero de 1878 publicaba dicho diario lo que sigue:
EL TELEFONO
Es cosa de preguntar cuando empezamos nosotros los ensayos para aprovechar las ventajas que proporciona el teléfono.Tenemos elementos cientificos como para efectuarlos con igual éxito á cualquier otra nacion. A este respecto podemos decir que hay indolencia, descuido.Se nos ocurren con pesar estas reflexiones, porque vemos por los diarios, que de las invenciones modernas la del teléfono es la que mas pronto ha sido esplotada.Prusia, Inglaterra, España, Italia, Francia, etc., ya lo usan. El Brasil ya ha empezado á dar pasos para establecerlo; mejor dicho, lo tiene en uso. Lease lo siguiente que hallamos en el Jornal do Commercio.“Hicieronse esperiencias con este instrumento), entre la estacion de Petropolis y la estacion central de telégrafos en el campo de Santa Ana, bajo la direccion de Rodde. Las esperiencias se hicieron regularmente, aunque el hilo telegráfico no trabajo por el sistema ordinario. A media noche debian repetirse las nuevas esperiencias entre las mismas estaciones”.En otro lugar da cuenta el Jornal do Commercio de otras esperiencias practicadas por el Cuerpo de Bomberos, desde su estacion, con el establecimiento el Rey de los Magos.“La transmision del sonido, dice, se efectuaba con la mayor facilidad, haciendose perfectamente distintas todas las palabras, reconociéndose los variados timbres de las distintas voces que hablaron por el teléfono, y oyéndose con toda claridad de estacion á estacion una melodia cantada”.Esos resultados entusiasman. Repetimos: ¿por  qué nuestras oficinas telegráficas no se entregan también á estas esperiencias? Habrá honra, provecho y amor propio satisfecho. (sic)
Un par de años antes de todo esto, el 12 de julio de 1876, la Jefatura de Policía había contratado a dos jóvenes técnicos argentinos, Carlos Cayol y Fernando Newman, como inspectores de líneas telegráficas. 
Las carencias presupuestarias hicieron que dicho  convenio finalmente no se efectivizara. Ante ello, Cayol se fue a Alemania en viaje de estudios y perfeccionamiento, y a su regreso, se asoció con Newman en 1877 fundando entrambos una empresa dedicada a la electricidad, la telegrafía y la incipiente telefonía, sita en la calle Cuyo (actual Sarmiento) N° 211.
Fue en ese contexto que a principios de 1878 anunciaron Cayol y Newman que el 17 de febrero realizarían la prueba de establecer, con aparatos de fabricación nacional y elaborados por ellos mismos, la comunicación telefónica entre las oficinas del Telégrafo y el diario La Prensa que cité al principio, ensayo ese que sería presenciado y certificado por los ingenieros Luis Augusto Huergo y Guillermo White; un distinguido catedrático de la Universidad de Buenos Aires, el matemático e ingeniero italiano Emilio Rosetti; y otras destacadas personalidades de la ciencia y el empresariado.


El ensayo, durante el cual se transmitieron, además de voces; silbidos, música y canto, tuvo un resonante éxito y así lo reflejó el periodismo de la época que se ocupó abundantemente del asunto, tanto en El Nacional como así también en los diarios La Prensa y La Nación.
Por su parte, el semanario satírico El Mosquito, en su edición del 24 de febrero de 1878, saludaba complacido el acontecimiento con: “El ensayo ha tenido un éxito completo”. Para después comentar humorísticamente la participación del operador en la comunicación telefónica: “Nadie querría serlo a pesar de las dulces compensaciones que podría encontrar en la transmisión de las manifestaciones amorosas”.



Superada la etapa de pruebas y demostraciones, la pujanza de aquellos jóvenes emprendedores pronto se tradujo en la consecución de clientes. Así, la sociedad conformada por Cayol y Newman proveyó de teléfonos a organismos oficiales y comercios.
Fue, pues, aquella del 17 de febrero de 1878 la primera comunicación telefónica realizada en nuestro país; mientras que lo del relato oficial estipulando que había sido la establecida el 4 de enero de 1881 entre Roca e Irigoyen es absolutamente erróneo, pura sanata.
Y el coup de grâce a esa patraña, se lo da el diario La Prensa en su edición del 29 de enero de 1881, en la cual se consigna inequívocamente que los precursores de la telefonía en nuestro país fueron Cayol y Newman en 1878 y que a ellos corresponde el mérito de la primera comunicación.
En lo cual, desde ya, se cagó olímpicamente la historia oficial.
Pero como lamentablemente suele ocurrir con harta frecuencia en esta nuestra bendita tierra, si con respecto a los primeros tiempos de la telefonía -y a otras diversas cuestiones- nos engañó la historia oficial; también lo hicieron, ya sea involuntariamente o adrede, algunos revisionistas quienes, enancados a lo que determinó la meritoria investigación de Tesler, han examinado el tema partiendo exclusivamente desde sus paradigmas ideológicos, desechando toda otra consideración, dejando de ponderar distintos factores y apresurándose a concluir en que Cayol y Newman cesaron su actividad porque no tenían ni consiguieron los capitales necesarios para consolidar y expandir la empresa que habían fundado, y en que los gobiernos de por entonces les negaron la exclusividad prefiriendo, en cambio; favorecer a las compañías extranjeras que vinieron a radicarse a fines de 1880 y principios de 1881.
No, mi estimado lector, no ocurrieron así los hechos ni fueron tales los motivos que condujeron al cierre de Cayol & Newman S. H.
Ni Carlos Cayol ni Fernando Newman eran gente de escasos recursos económicos, por lo contrario; es evidente que disfrutaban de una posición, digamos, desahogada. 
Y ambos pertenecían a familias de empresarios de afamada, reconocida y dilatada trayectoria, los que además; se encontraban entre los fundadores del Club Industrial Argentino, la entidad que agrupaba a los fabricantes, tal como se desprende de sus primeros registros.
De modo tal que de haber demandado capitales de cierta consideración; los hubiesen tenido disponibles entre sus propios familiares y parientes, o en los bancos o entre los poseedores de cuantiosas fortunas -que no eran tan pocos en aquella Buenos Aires que se había convertido ya en La Gran Aldea que magistralmente describió Lucio V. López en 1882-, porque lo cierto es que estaban muy bien relacionados con la mejor sociedad.
Por otra parte, cuando iniciaron su actividad empresarial no les habían faltado los activos financieros necesarios para importar los componentes de los aparatos que fabricaban ni debió de ser significativamente cuantioso el capital requerido para tender después unos centenares de metros de alambre galvanizado común y corriente de modo de conectar ¿cuántos?… ¿media o una docena de teléfonos, como mucho?, y para afrontar el pago de los sueldos de una escasamente numeraria plantilla de empleados (a lo sumo, algún administrativo o contable y cuatro o cinco obreros que tiraran el alambre por las azoteas, seguramente no más que esos). 
Y para expandirse, contaban con el propio giro del negocio -que se vislumbraba por cierto más que promisorio en razón del potencial que tenía-, dividendos esos que, de quererlo así, podían reinvertir en su totalidad; porque ninguno de los dos vivía exclusivamente de aquella aún incipiente telefonía.
Tampoco les faltaba a Cayol y Newman divulgación por parte de los diarios; lejos de ello. El Nacional era su decidido propagandista y apoyaba resueltamente la iniciativa local. 
Todavía el 25 de abril de 1881, dicho periódico hacía una encendida defensa de los teléfonos argentinos y de quienes los fabricaban y comercializaban: 
… son al parecer mejores que los que vienen del exterior. Decimos esto porque los señores Drysdale y Ca. (se refiere a la casa de maquinaria agrícola Tomás Drysdale & Cía., que se contaba entre los clientes de Cayol & Newman S. H.) han preferido los construidos en el país por dichos mecánicos ... pasan de una docena los pedidos que tienen ya estos inteligentes mecánicos, para colocación de aparatos construidos por ellos... No es extraño pues hace ya más de tres años que son conocidos los resultados satisfactorios que dieron los ensayos de estos señores en varios puntos de Buenos Aires. (sic)
Con respecto a que los gobiernos de la época tuvieran como propósito favorecer a las compañías extranjeras de telefonía en desmedro de la única argentina existente por entonces, es una sandez que no resiste ni siquiera el más superficial de los análisis.
Avellaneda (que era el presidente de la República cuando Cayol y Newman iniciaron sus actividades) y Roca (que lo era cuando cesaron), en tanto hombres de su tiempo, eran -qué duda cabe- doctrinariamente liberales. Más dogmático y principista el primero y más pragmático -y si se quiere verlo así; menos escrupuloso- el segundo; pero de todos modos, liberales y positivistas ambos y creyentes fervorosos en el dios Progreso. Que en ese orden de ideas los dos adscribían a la libre empresa en competencia, es más que evidente; pero sindicarlos al buenazo del Chingolo y al astuto Zorro como fautores de un plan sistemático tendiente a quebrar una empresa nacional, es un completo delirio.
Si hasta El Nacional (que como hemos visto, era activo favorecedor de Cayol y Newman), en su edición del 14 de diciembre de 1880, se complacía en anunciar que:
Bien venidos sean: -Procedente de Nueva York, ha llegado á Rio Janeiro para trasladarse enseguida á Buenos Aires un personal práctico con gran cantidad de materiales telefónicos. Destinaran una gran parte de esos materiales á formar en la ciudad fluminense una red aplicable á las necesidades del comercio y la administración pública, semejante a las que funcionan en varias capitales de Europa y los Estados Unidos. (sic)
Por otra parte, quienes infieren semejante desvarío se “olvidan” que a partir de fines de 1880, quien en los hechos se arrogó la facultad de reglamentar (sin haberlo conseguido sino en ínfima parte) la actividad de las compañías telefónicas, fue la municipalidad de Buenos Aires con Torcuato de Alvear como presidente de la Comisión Municipal primero e intendente después. 
En mayo de 1884, cuando éste dispuso la demolición de la  Recova, demandó en dos oportunidades a las compañías que retiraran los postes, anclajes e hilos conductores que habían colocado. Como no lo hicieron, fue él mismo al frente de una cuadrilla municipal y arrancó todo, provocando la incomunicación de un crecido número de abonados. 
Convengamos entonces en que era esa una curiosa manera de “favorecer a las empresas extranjeras”, ¿no?
Comprobamos así que, si como vimos en la primera entrega, una serie de inexactitudes y disparates invalida el relato oficial; no menos fantasiosa resulta ser a la postre la versión revisionista.
La verdad es, mi apreciado amigo lector, que nunca sabremos con certeza los motivos que llevaron al cese de actividades de Cayol & Newman S. H., sencillamente porque no hay elementos de la heurística que nos permitan despejar la incógnita; todo lo que existe se reduce a un libro de recuerdos familiares editado en 1967 por un descendiente de Carlos Cayol, que el propio Tesler hubo de desechar como evidencia histórica.
Podemos, sí, elaborar hipótesis de trabajo (obviamente, que tengan visos de seriedad y razonabilidad; de ninguna manera ese desatino que hemos visto precedentemente). Por ejemplo, estimar como posible que haya existido algún desacuerdo entre los socios (no estoy afirmando que lo hubiera; digo simplemente que podría haberlo habido) que provocara la disolución de la empresa, o inferir que tal vez pudo concurrir algún factor de orden político; porque se ignora con qué bando simpatizaron y/o en cuál de ellos actuaron (si es que adhirieron a o participaron en, alguno de los dos en pugna) Cayol y Newman en ocasión de la guerra civil de 1880.
Por mi parte, me hago la siguiente pregunta: ¿no pudo pasar que hayan topado con algún impedimento tecnológico que les resultara prácticamente imposible de resolver, como -por ejemplo- la cuestión de la conmutación de las llamadas? 
Porque una cosa era fabricar localmente aparatos capaces de competir con y aún de superar en calidad a (como consignó el diario El Nacional), los teléfonos norteamericanos y europeos, de modo de comunicar punto a punto una, dos o más comisarías con la Jefatura de Policía, o el negocio de Drysdale con su residencia particular; y otra muy distinta lograr la comunicación todos con todos, para lo cual se requería sí o sí de un conmutador (y consecuentemente, de un/una o más operadores/as). ¿Tuvo la firma Cayol & Newman S. H. ese conmutador (la carencia del cual la hubiera dejado automáticamente fuera del negocio)? Chi lo sa… Pero me hallo inclinado a creer que no.
En principio y  a falta de pruebas en contrario, me atrevo a suponer a ese factor como el más probable de ser el que ocasionó el cese de actividades de dicha empresa. Y creo que ello explica que Cayol y Newman pidieran al gobierno que se les concesionara con exclusividad el servicio en razón de ser una empresa argentina; aun a sabiendas de que tal solicitud les sería denegada. En mi opinión, procuraban ganar tiempo de manera de emplearlo en tratar de resolver el problema de la carencia de conmutador, lo cual esperaban solucionar ya sea importando uno o desarrollándolo ellos mismos.
En la próxima entrega veremos, apreciado lector, cuál ha sido la evolución de la telefonía en esta nuestra patria.
Hasta entonces, y como siempre, gracias por su inestimable compañía.

-Juan Carlos Serqueiros-

CONTINUARÁ
______________________________________________________________________

REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

AGN Sala VII Fondo Roca.
Cincuenta años de vida. Cía. Unión Telefónica del Río de la Plata 1887-1937, UTRP, Buenos Aires, 1937.
Colección fotográfica Abel Alexander.
Contreras, Leonel, Historia cronológica de la ciudad de Buenos Aires, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2014.
Diario El Mensajero, edición del 5 de marzo de 1884.
Diario El Nacional, varias ediciones de los años 1878, 1880 y 1881.
Diario La Nación, ediciones de los días 19 de febrero de 1878 y 28 de abril de 1881.
Diario La Prensa, varias ediciones de los años 1878, 1879, 1880 y 1881.
Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), 100° Aniversario del servicio telefónico en Argentina (1881-1981), Marchand Editores, Buenos Aires, 1981.
Fraga, Rosendo, El hijo de Roca, Emecé Editores, Buenos Aires, 1994.
Fundación Standard Electric Argentina, Historia de las comunicaciones argentinas, Buenos Aires, 1979.
Irigoin, Alfredo M., La evolución industrial en la Argentina (1870-1940), Instituto Universitario ESEADE, revista académica Libertas edición N° 1, Buenos Aires, octubre de 1984.
Luna, Félix, Soy Roca, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.
Museo de los Corrales Viejos, Sala Historia del teléfono.
Piñeiro, Alberto G., Las calles de Buenos Aires. Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2003.
Porto, Ricardo A. y Claudio Schifer, El inicio de las telecomunicaciones, blog Ricardo Porto Medios, publicación en Internet del 29 de febrero de 2012.
Reggini, Horacio C., Los caminos de la palabra. Las telecomunicaciones de Morse a Internet, Ediciones Galápago, Buenos Aires, 1996.
Revista de Historia Iberoamericana V6 N2, Fundación Universia, Madrid, 2013.
Revista Fibra, edición N° 7, 1 de noviembre de 2015.
Schávelzon, Daniel, Arqueología histórica de Buenos Aires, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1991.
Semanario El Mosquito, ediciones del 24 de febrero de 1878 y del 9 de enero de 1881.
Siemens, 75 años en Argentina, Siemens S. A., Buenos Aires, 1983.
Tesler, Mario, La telefonía argentina. Su otra historia, Editorial Rescate, Buenos Aires, 1990.
Tesler, Mario, Teléfonos en la Argentina. Su etapa inicial, Biblioteca Nacional de la República Argentina y Página/12, Buenos Aires, 1999.

sábado, 18 de febrero de 2017

Y UN DÍA, TUVIMOS TELÉFONO (PRIMERA PARTE)




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Se ignoraba cuánto de esa leyenda era verdad y cuánto inventado. (George Orwell)

Fue Antonio Meucci quien en 1855 inventó un aparato que llamó teletrófono, el cual, conectado a otro igual, hacía posible la transmisión y recepción de la voz a través de ambos, publicando su trabajo y desarrollo en 1860. La modestia de sus recursos no le permitió patentar definitivamente su invento, y entonces hubo forzosamente de recurrir, más de una década después, a trámites preliminares que le otorgaban solamente una especie de reserva precaria sobre los derechos intelectuales y económicos de su creación; situación esa de la cual se aprovechó Alexander Graham Bell quien, mediante fraudes y coimas, lo registró a su favor en 1876 con el nombre de teléfono.
Ahora bien, ¿cómo y cuándo llegó a la Argentina el teléfono?
En el marco del modelo teórico que sirve de referencia al relato histórico oficialmente aceptado, se ha estipulado primero, difundido después y finalmente; instalado en el imaginario colectivo, que la primera comunicación telefónica en nuestro país se realizó en Buenos Aires el 4 de enero de 1881 y se cursó entre la casa en que circunstancialmente habitaba el presidente Julio A. Roca en el barrio de Caballito, y la residencia particular de su ministro de Relaciones Exteriores, Bernardo de Irigoyen, en el centro de la ciudad.





¿Fue efectivamente así y consecuentemente es esa la verdad histórica? Veamos.
En el portal web de la CNC (Comisión Nacional de Comunicaciones) se incluía -hasta diciembre de 2015, en que dicho organismo fue reemplazado por el ENaCom (Ente Nacional de Comunicaciones)- esta imagen:


La cual estaba acompañada por el siguiente texto:  
Desde su residencia, el ministro del Interior Bernardo de Irigoyen inaugura el servicio telefónico en la ciudad de Buenos Aires con una comunicación con el presidente Julio Argentino Roca.La historia cuenta que una calurosa mañana del martes 4 de enero de 1881, el técnico francés Víctor Anden llamó a la puerta de una gran casona ubicada sobre la calle Florida 351, entre Tucumán y Viamonte (hoy Florida 611).
Su dueño, el doctor Bernardo de Irigoyen, ministro de Relaciones Exteriores, estaba por salir para la Casa de Gobierno, pero antes de hacerlo vería colocado el primer teléfono del país.El mismo día se instalaron también otros teléfonos en las residencias del presidente de la Nación, general Julio A. Roca en la calle Rivadavia 1783 (hoy 4805); del presidente de la Municipalidad de Buenos Aires, Marcelo Torcuato de Alvear; del Ministro de Guerra y Marina, general Benjamín Victorica, y en instituciones como la Sociedad Rural, el Club del Progreso y el Jockey Club hasta totalizar el número de veinte.
He allí sucintamente expresado el relato histórico oficial (que tiene más agujeros que un gruyere, como demostraré a continuación). Pero antes, ¿de dónde dimanan tantas inexactitudes? 
Pues, de un documento también oficial (oficialísimo, diría), consistente en un libro que en 1981 hizo editar la dirección de la hoy por hoy fenecida ENTel: 100° Aniversario del servicio telefónico en Argentina (1881-1981), en el cual se consignó esa serie de disparates, que sería sucesivamente reproducida hasta el hartazgo sin que nadie se preocupara por enmendar semejantes errores.
Ciertamente asombra -aun considerando que el documento en cuestión no escapa al conflicto entre historia y comunicación institucional (con su consiguiente carga ficcional la última)- el nivel de ignorancia evidenciado en tan groseros gazapos tales como ubicar a Bernardo de Irigoyen como “ministro del Interior” en enero de 1881, cuando lo era de Relaciones Exteriores; situar la casa de éste en la calle Florida 351 entre Tucumán y “Viamonte”, cuando esta última arteria se llamaba en 1881 y desde 1810 calle del Temple, y recién en 1893 cambiaría su nombre por el de Viamonte; llamar “Marcelo Torcuato” al presidente de la Comisión Municipal de Buenos Aires, cuyos nombres eran Torcuato Antonio, (Marcelo Torcuato era uno de sus hijos, quien sería presidente de la Nación en el sexenio 1922-1928); o hacer aparecer entre los poseedores de teléfono en 1881 al Jockey Club que… ¡por entonces aún no había sido fundado!
Dicho sea de paso, la empresa a la cual se atribuyen las líneas por las cuales se estableció “la primera comunicación telefónica en la Argentina”, es (o más apropiadamente, era) la Societé du Pantéléphone L. de Locht et Cie.
Léon de Locht-Labye fue un ingeniero belga que a fines de 1879 había desarrollado un transmisor mucho más sensible que el de Bell, el cual mediante el recurso de aumentar el tamaño del diafragma (una lámina de corcho de 15 cm por lado), permitía registrar la voz o el sonido que se quisiera transmitir, incluso estando el emisor situado a veinte metros de distancia del micrófono.



En 1880 Locht-Labye, asociado a capitales belgas, fundó la Societé du Pantéléphone L. de Locht et Cie., que a fines de ese año comenzó a operar en nuestro país a través de quien detentaba aquí su representación y dirección: Clément Cabanettes (un militar y empresario francés llegado a Buenos Aires en 1879), constituyendo sus oficinas en un local ubicado a los fondos de la imprenta Minerva, en el n° 76 de la calle Florida, entre La Piedad (actual Bartolomé Mitre) y Cangallo (actual Teniente General Juan Domingo Perón). Más temprano que tarde, la empresa castellanizó su nombre,  pasando a llamarse Sociedad Nacional del Panteléfono.
Cabanettes se movía rápido: mientras sus técnicos (entre ellos, el mencionado francés Victor Anden) hacían el tendido de aquella primitiva red (aérea y de alambre galvanizado) e instalaban los primeros panteléfonos; hizo insertar en el diario El Nacional una serie de avisos publicitarios, configurando una campaña de propaganda que no se basaba en la abundante mención de características técnicas del producto como hacían otras empresas; sino que ponía el acento en las ventajas y la superior calidad de servicio que erogaba el aparato de Locht en relación a los de sus competidores. 
Le pido, estimado lector, que retenga brevemente en su memoria esta circunstancia, pues como veremos enseguida; incidirá a la hora de analizar lo referente a la comunicación telefónica establecida entre Roca e Irigoyen.
En esta imagen podemos apreciar cómo era un teléfono de dicha compañía y fabricado ese año de 1881, idéntico a aquellos a través de los cuales se comunicaron presidente y ministro.


Y en esta otra, de 1881 y perteneciente a la colección Abel Alexander, observamos a dos técnicos de la Compañía Nacional del Panteléfono. 
Posiblemente haya sido tomada en la residencia de Bernardo de Irigoyen. A simple vista puede notarse que se trata de un ambiente lujoso (todas las residencias en las que por entonces se instalaban los panteléfonos lo eran, desde ya) y quizá uno de los dos hombres que en ella aparecen sea Victor Anden (de quien no se conocen fotografías ni retratos). Esto último también es muy probable, ya que necesariamente la plantilla de personal de la Sociedad Nacional del Panteléfono debió de ser reducida, en razón de la escasa cantidad de abonados que podía admitir (sólo veinte).


Posteriormente, se “condimentó” todo con anécdotas fabuladas, tales como por ejemplo, una que cuenta que la comunicación entre Roca e Irigoyen al principio salió mal debido a que:
“Por ser el abonado n° 1, Bernardo de Irigoyen llama al general Roca, pero se adelanta a atender uno de los sobrinitos de Roca, que se acerca al tubo y lo inunda con su parloteo. Poco familiarizado con el nuevo aparato, Irigoyen colgó indignado, pidiendo a los técnicos que hagan más ensayos hasta acabar con los ruidos. El misterio se aclaró unos minutos después, cuando Roca llamó al canciller y le explicó la intervención de su sobrinito. Por lo tanto, la primera conversación telefónica argentina fue entre Bernardo de Irigoyen y el sobrinito de Roca, cuyo nombre se ignora”.
Paparruchadas como esa, nadie las ha ilustrado en poesía mejor que José Larralde cuando recita: “Que uno a veces dice cosas / de a dieces como de a cientos / y ande quiere fantasiar, / le va poniendo el acento”. Digamos que para establecer una comunicación telefónica entre dos abonados, es indiferente cuál de ellos se suscribió primero al servicio. O sea, que Irigoyen fuera “el abonado N° 1”, no implica que necesariamente hubiera tenido que llamar él (a través del operador, claro) al supuesto “N° 2” (Roca); pues perfectamente podría haber sido al revés. 
Como por otra parte, lo reconoce -bien que inadvertidamente, lo cual viene a demostrar que no solamente sanatea, sino que además; desprecia y echa en saco roto los avisos que le envía su inconsciente- el propio repetidor del delirio al consignar luego: “Roca llamó al canciller”.
Vamos a lo del “sobrinito de Roca cuyo nombre se ignora”.
Es claro que el divagante escribe “se ignora”, porque ni siquiera se tomó el trabajo de compulsar en el AGN la correspondencia privada de Roca; si lo hubiera hecho, sabría que se trataba de Miguelito Juárez Funes, sobrino del presidente en tanto hijo de su cuñada, Elisa Funes, y del esposo de ésta, Miguel Juárez Celman, que por aquel verano de 1881 estaba pasando una temporada en casa de sus tíos en Buenos Aires). Y es una fantasía que el niño pudiera “acercarse al tubo”, sencillamente porque este elemento aún no existía tal como lo conocemos hoy, con las cápsulas transmisora y receptora contenidas en el mismo; por aquella época, el transmisor se hallaba fijo en la caja del aparato y todo el conjunto iba montado sobre pared, de modo que quedaba aproximadamente a la altura de la boca de una persona de estatura promedio (con lo cual, por supuesto, no podía alcanzarlo una criatura de cinco años).
Más allá de la gaffe en que incurren los divulgadores al tomar como prueba histórica algo que a todas luces se trata simplemente de un ardid publicitario de la época; lo cierto es que hace ciento treinta y seis años, aquello de la intervención del sobrinito de Roca fue un eficaz instrumento de propaganda por medio del cual la empresa instalaba el convencimiento de que el panteléfono era tan superior a todos los demás aparatos, que hasta podía captar y transmitir la algazara de una criatura torturando los oídos de nada menos que un ministro de estado.
Pero ni en la edición del 4 de enero de 1881 (fecha establecida como efeméride de la considerada “primera comunicación telefónica en nuestro país”) ni en las inmediatamente anteriores y posteriores de los diarios, hay mención alguna de que se hubiera producido tal acontecimiento. Por esos días, las noticias que acaparaban los titulares eran relativas a la guerra del Pacífico y al baile de gala que la legación británica daría en el teatro Opera con motivo del arribo a nuestro país de los hijos del príncipe de Gales, Alberto Víctor y Jorge de Sajonia-Coburgo, quienes por entonces fungían de guardiamarinas en el buque escuela Bacchante de la armada inglesa, recepción esa a la que asistirían el presidente de la República, su señora esposa y el gabinete en pleno.



¿Cómo se explica, entonces, que la prensa no se haya referido ni siquiera tangencialmente a semejante novedad? Ya lo veremos, tenga paciencia, por favor.
El 3 de febrero de 1881, Cabanettes dirigió una nota al presidente de la Comisión Municipal (Torcuato de Alvear, como cité antes) consignando en la misma que su empresa asumía el compromiso de no cobrar a sus abonados (suscriptores, como se los llamaba) el canon estipulado para el servicio que brindaba, hasta el 1 de octubre, por más comunicaciones que se cursaran entre ellos; pues el lapso que hubiese transcurrido desde la instalación hasta esa fecha, lo consideraba de promoción y ensayo. Además, el 8 de ese mes, dictó una conferencia en el teatro Coliseum, sito en la calle Reconquista N° 7, en el transcurso de la cual hizo una demostración estableciendo una comunicación entre dicha sala y las dependencias de la municipalidad, que funcionaban en Bolívar 13.
¿Vivía por entonces Roca en una quinta situada en la calle (hoy avenida) Rivadavia N° 1783 (“hoy 4805”) y desde allí entabló una comunicación telefónica con Irigoyen? Digamos que desde su nombramiento como ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda, Roca habitó en Buenos Aires en tres casas.
La primera de ellas la alquiló en 1879 a su propietario, Francisco Bernabé Madero -quien después, en 1880, sería su vicepresidente-, y estaba ubicada en la calle Suipacha entre Lavalle y Corrientes. A principios de setiembre, Roca -que había renunciado al ministerio- abandonó Buenos Aires e instaló a su familia en la estancia La Paz, cerca de Ascochinga, y él vivió alternativamente entre las ciudades de Córdoba y Rosario. El 7 de agosto de 1880, finalizada la guerra civil desatada en junio, regresó; mas no a la ciudad de Buenos Aires propiamente dicha, sino a Belgrano (que actualmente es un barrio porteño, pero que por entonces era un municipio aparte y había sido designado capital provisoria de la República en las postrimerías de la presidencia de Avellaneda), y allí no tomó casa, sino que prefirió alojarse en un hotel. A principios de octubre, Roca alquiló un chalet (no una quinta, como sostiene Félix Luna) propiedad de Gerónima Negrotto de Consandier (no “del constructor José Bernasconi”, como consignan muchos de quienes se han ocupado de narrar la historia del barrio de Caballito; ya que dicha persona adquirió ese inmueble recién en 1903 a Heinz Clausen, quien a su vez lo había comprado previamente a doña Gerónima) situado en Rivadavia 1783 (que vendría a ser el 4903 de la actual numeración; no el 4805 como dice la historia oficial), en el cual vivió hasta julio de 1881, en que volvió a la casa de Madero que arrendaba en la calle Suipacha. Y por último, en 1885 se mudó a la que le compró a Carlos Escalada, ubicada en la calle San Martín 577.
Cabe aclarar que Rosendo Fraga dice que al asumir la presidencia en octubre de 1880, Roca se trasladó con su familia a una quinta en el barrio de Almagro, la cual quedaba donde hoy se alza el Instituto Sagrado Corazón, en la calle Hipólito Yrigoyen (que por entonces se llamaba de la Capilla) al 4350. Es posible que así haya sido, pues Roca enfermó de cierta consideración mientras estaba en Belgrano, y quizá fue a restablecerse a esa quinta; pero en todo caso, el lapso en que residió allí fue tan breve, que el dato resulta irrelevante a los efectos de lo que estamos tratando.
Así pues, no hay duda alguna de que Roca vivía en Caballito en enero de 1881. Y en consecuencia, forzosamente tuvo que ser desde allí que se comunicó con Irigoyen. No obstante ello; seguía yo sin encontrar respuesta a tres cuestiones.
En primer lugar, la distancia (hay cosa de 5 km entre ese punto y el centro de la ciudad, con lo cual infería como poco probable -especialmente por la relación costo-beneficio, pero también por las dificultades de orden práctico- que la Sociedad Nacional del Panteléfono tendiera una línea hasta Caballito, cuando necesariamente tuvo que estar en conocimiento de que la residencia del presidente en ese sitio era sólo transitoria y obedecía a motivos de seguridad -otra vez: recordar que pocos meses antes, Buenos Aires había desatado la guerra civil al rebelarse contra la Nación, precisamente por no aceptar el resultado de las elecciones que habían consagrado a Roca presidente electo (circunstancia esa que, extrañamente, obviaron considerar todos los historiadores que bucearon en los comienzos de la telefonía en nuestro país)-. Después, un interrogante técnico, digamos: con aquel primitivo panteléfono de Locht ¿podía establecerse una comunicación entre dos personas situadas a 5 km una de la otra? Y finalmente: ¿por qué en los diarios no se había mencionado absolutamente nada?
La duda de orden técnico podía despejarse totalmente a través de una comprobación práctica que certificara lo afirmado por Léon de Locht-Labye en sus publicaciones, en el sentido de que con sus aparatos, garantizaba una comunicación entre personas distantes entre sí varios kilómetros a través de una línea de alambre de un solo hilo.
Se conservan algunos panteléfonos, tanto en Francia como en otros países (incluso el nuestro, pues sin ir más lejos; a través del centro de compraventa por Internet eBay, se subastó uno en 2006), con lo cual perfectamente podría hacerse la prueba. Pero dado que implementar tal cosa obviamente excede con largueza mis modestas posibilidades; hube de conformarme con evidencias algo más “recientes” (de fines del siglo XIX y principios del XX), las cuales tuve a mi vista en muchas ocasiones a lo largo de mi actividad profesional, como por ejemplo las líneas de alambre que aún hoy se conservan en el yacimiento minero de zinc, plomo y plata de El Aguilar, en la puna jujeña; en las cuasi fantasmales ruinas de la Compañía Azucarera Las Palmas del Chaco Austral y las de las fábricas de tanino de La Forestal; y también en algunos ingenios de Tucumán, todos mudos testigos de que con alambre galvanizado y teléfonos energizados a pila, se establecían comunicaciones telefónicas entre puntos muy alejados. No serían propia y exactamente los panteléfonos de Locht, pero bueno; como dicen los jóvenes hoy en día: es lo que hay. Y deberá usted, mi querido lector, contentarse con ello.
Pero seguía martillándome otro de los cuestionamientos que me hacía. Hasta que acerté, munido de los pocos datos que sobre él se conservan, a trazar un perfil psicológico de Clément Cabanettes y hacerme una idea de su índole. Y entonces, todo adquirió claridad.
Cabanettes era, al igual que su compatriota y coetáneo Angelo Mariani (aquel del archifamoso vino de coca y del cual quizá hubiese aprendido y emulado sus métodos y tácticas), además de un infatigable emprendedor; un habilísimo hombre de negocios y un tigre de la publicidadCon su clara percepción y forzosamente limitado a los veinte abonados que como máximo soportaba el conmutador de Locht, rápidamente se dio cuenta de que en el contexto de aquella sociedad porteña, el éxito comercial de su compañía pasaba por contar entre sus clientes a lo más granado de la misma, es decir, las principales y más prestigiosas personalidades. Después, ya vería el modo de ampliar la capacidad técnico-económica de su empresa, ya fuese mediante la absorción de las de sus competidores, o por alianzas estratégicas, como les decimos hoy, o instalando más conmutadores; por ahora, no le importaba (y aquel por ahora no importa, fue justamente lo que lo dejaría fuera del negocio, como narraré más adelante). Por eso comenzó con Roca e Irigoyen, que eran, respectivamente, nada menos que el máximo líder militar y político, y por añadidura; presidente de la República, y el estadista más reputado del país (además de ministro de Relaciones Exteriores); y siguió con otro ministro de estado (el de Guerra, Benjamín Victorica), militares de alto rango (generales Manuel J. Campos y Eduardo Racedo), el presidente de la Comisión Municipal (Torcuato de Alvear), la entidad núcleo del poder económico (la Sociedad Rural), la institución más relevante (el Club del Progreso), y así hasta colmar la capacidad de su conmutador. Y de allí también los ardides promocionales como la anécdota del sobrinito de Roca que ya hemos visto, y la frase con la que supuestamente éste habría cerrado aquella comunicación telefónica mantenida con Irigoyen: “la difusión de estos aparatos en la Argentina será tan decisiva para su progreso como nuestra expedición al Río Negro”, la cual fuera cierto o no que se pronunciara, poco o nada le interesaba a Cabanettes; pues lo importante para él era que la tuvieran por verídica y la repitieran hasta el hartazgo en las tenidas del Club del Progreso, en los cenáculos de la Sociedad Rural y en las casonas solariegas de las familias de nota. Y convengamos en que tuvo éxito en lo que se proponía, porque así tal cual nos la trajo la tradición oral.
En cuanto a las dificultades y costo económico de tender una línea (por más que fuera ésta de alambre galvanizado común y corriente) entre el centro de Buenos Aires y el barrio de Caballito, situado en los arrabales de la ciudad los cuales se extendían hasta más allá de los Corrales; debe de haberlo resuelto a través del sencillo método de utilizar -y por supuesto, tiene que haber mediado la previa aquiescencia presidencial- la línea del telégrafo. Después de todo, se trataba simplemente de un ensayo de breve duración, tan sólo unos minutos; ya llegaría el momento en que Roca se mudara al centro, y entonces se instalaría en su casa el panteléfono. Tal como ocurrió; porque ya vimos que el presidente volvió en julio a ocupar la casa de la calle Suipacha, y allí (y no en “la de San Martín 577” como cuenta la historia oficial; pues sabemos que a esa, Roca la compraría recién en 1885), Cabanettes le haría instalar no sólo su teléfono particular; sino además una línea directa con su despacho en la Casa Rosada. 
Coincidentemente, ¡oh, casualidad! (¿o causalidad?), ese mismo mes, la Sociedad Nacional del Panteléfono se trasladó al domicilio de San Martín 26, donde contaría con instalaciones mucho más amplias que aquellas modestas oficinas que ocupó en los inicios de su actividad, a los fondos de una imprenta. Para julio, ya había cambiado su conmutador por otro de mayor capacidad, y sus clientes particulares eran más de 150. En la edición del 16 de ese mes del diario El Nacional, publicaba esta lista de abonados:



Y por último, aquella considerada oficialmente como “la primera comunicación telefónica en nuestro país”, no salió en los diarios simplemente porque… ¡no fue en modo alguno la primera!
¿Cómo? Pero, si no era esa; entonces ¿cuál lo fue?
Eso, apreciado amigo y si no lo considera usted abusar por mi parte de su paciencia, es lo que le contaré en algunos -poquitos, no se preocupe- días; si es que decide continuar gentilmente con la deferencia de leerme.
¡Hasta entonces y gracias por su atención!

-Juan Carlos Serqueiros-

CONTINUARÁ
______________________________________________________________________

REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

AGN Sala VII Fondo Roca.
Cincuenta años de vida. Cía. Unión Telefónica del Río de la Plata 1887-1937, UTRP, Buenos Aires, 1937.
Colección fotográfica Abel Alexander.
Contreras, Leonel, Historia cronológica de la ciudad de Buenos Aires, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2014.
Diario El Mensajero, edición de 5 de marzo de 1884.
Diario El Nacional, varias ediciones de los años 1878, 1880 y 1881.
Diario La Nación, ediciones de los días 19 de febrero de 1878, 28 de abril de 1881 y 11 de enero de 1887.
Diario La Prensa, varias ediciones de los años 1878, 1879, 1880 y 1881.
Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), 100° Aniversario del servicio telefónico en Argentina (1881-1981), Marchand Editores, Buenos Aires, 1981.
Fraga, Rosendo, El hijo de Roca, Emecé Editores, Buenos Aires, 1994.
Fundación Standard Electric Argentina, Historia de las comunicaciones argentinas, Buenos Aires, 1979.
Irigoin, Alfredo M., La evolución industrial en la Argentina (1870-1940), Instituto Universitario ESEADE, revista académica Libertas edición N° 1, Buenos Aires, octubre de 1984.
Luna, Félix, Soy Roca, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.
Museo de los Corrales Viejos, Sala Historia del teléfono.
Piñeiro, Alberto G., Las calles de Buenos Aires. Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2003.
Porto, Ricardo A. y Claudio Schifer, El inicio de las telecomunicaciones, blog Ricardo Porto Medios, publicación en Internet del 29 de febrero de 2012.
Reggini, Horacio C., Los caminos de la palabra. Las telecomunicaciones de Morse a Internet, Ediciones Galápago, Buenos Aires, 1996.
Revista de Historia Iberoamericana V6 N2, Fundación Universia, Madrid, 2013.
Revista Fibra, edición N° 7, 1 de noviembre de 2015.
Schávelzon, Daniel, Arqueología histórica de Buenos Aires, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1991.
Semanario El Mosquito, edición del 9 de enero de 1881.
Siemens, 75 años en Argentina, Siemens S. A., Buenos Aires, 1983.
Tesler, Mario, La telefonía argentina. Su otra historia, Editorial Rescate, Buenos Aires, 1990.
Tesler, Mario, Teléfonos en la Argentina. Su etapa inicial, Biblioteca Nacional de la República Argentina y Página/12, Buenos Aires, 1999.

jueves, 9 de febrero de 2017

LA ESPERANZADA


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La esperanzada
(Zamba)
Música: Gerardo López – Letra: Carlos Barbarán

Miran mis ojos tus ojos
y ahogan un llanto al verte partir,
y me quedo muy solo pensando:
"jamás he sabido
lo que es ser feliz".

Hombre del surco gredoso,
labriego vallisto teñido de sol,
poeta me vuelvo en la noche
y en vez de la siembra
me acuerdo de vos.

Al viento le doy mi voz
al cielo una oración;
el viento besó tu rostro
y en cada estrella está mi adios.

Aunque el camino te aleje
y el río se trague tu voz de mujer;
cintura habrá en mi guitarra
y luna en el cielo
que te hagan volver.

El cerro esconde en sus ecos,
los besos que ahora
promete mi amor;
para el dia en que una cruz de palo
te cuente el silencio
de mi corazón.

"La esperanzada" (zamba cuya composición musical pertenece a Gerardo López, correspondiendo la autoría poética a Carlos Barbarán) fue el debut discográfico, la primera canción, que Los Fronterizos, el 16 de junio de 1954, grabaron para el sello TK, en un disco (registro S-5290) de pasta de 78 rpm, que traía en el lado A el citado tema, y "La flor del cardón" en la otra cara.
La elección no fue casual; interpretando "La esperanzada", ese conjunto (formado a instancias de la profesora María Angélica Fernández de Córdoba de Díaz, tía de Barbarán) había ganado el concurso folclórico organizado en noviembre del año anterior por el Colegio Nacional de Salta en el teatro Alberdi de dicha ciudad, adjudicándose así el primer premio, consistente en un contrato para convertirse en artistas de radio LV9. Y luego de una gira, a mediados de 1954, llegaron al disco precedentemente mencionado. En este enlace puede usted, querido lector, escuchar aquella primera grabación:


Hubieron de transcurrir ocho años para que el conjunto registrara nuevamente esa zamba, el 26 de julio de 1962, para el mismo sello TK, pero esta vez; para un disco doble de 45 rpm (EP 54322), con "La esperanzada" y "El Paraná en una zamba" en el lado A; y "Campo Quijano" y "La Solís Pizarro" en el B. 
Ya no estaba Carlitos Barbarán, que por cuestiones de salud y con deseos de proseguir sus estudios, en 1956 había dejado su lugar a César Isella. 
A través de este enlace puede acceder a esa versión y percibir las diferencias (notables) con aquel primer registro de 1954: 

El arreglo musical es básicamente el mismo, pero ahora, la segunda guitarra y la guitarra rítmica (Isella y López respectivamente), están más "al frente", así como el contraste de voces entre ambos barítonos que hacen la primera y segunda (López e Isella); y los agudos y coros de Madeo y los graves de Moreno, es (técnica de grabación mediante y para mayor disfrute del oyente) mucho más pronunciado. También el bombo de Madeo está más "adelante" en los inicios, finales y bises de estrofas. Y una rareza que, cosa extraña, pasó por alto el técnico de grabación de TK en esa oportunidad: en el punteo introductorio, tanto en el de la primera parte de la zamba como en el de la segunda; al Chango Moreno se le "queda ausente" una nota, la cual no alcanza a oírse, seguramente debido a un desfase entre la digitación de su mano izquierda en el diapasón, y la derecha al pulsar la cuerda.
Notoriamente —y más allá de lo apuntado—, la TK se había superado a sí misma; porque la grabación es, para su época (recordar que hablamos de 1962) un regalo para los oídos.
La escucho y me sigue conmoviendo igual que como me arrobaba en mi infancia, cuando mi madre la ponía en un viejo Winco que mi padre había comprado de segunda mano, para escucharla mientras lavaba la ropa en el patio de la casa chorizo que habitábamos en Rosario.
Que la disfrute tanto como yo. 

-Juan Carlos Serqueiros-