miércoles, 23 de julio de 2014

POR SANTA ROSA ME VOY AL RÍO



















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Quizá, quienes hayan andado por los pagos correntinos, sepan la historia de esta canción. Para aquellos que no la conozcan, se las cuento:
Santa Rosa es una estancia situada a pocos kilómetros (tres o cuatro a lo sumo) de Itatí. Del pueblo parte un camino vecinal que lleva al sitio (y a las barracas del río Paraná), camino este que se "despertaba" al amanecer con el pregón de Rolón, el vendedor de sandías, que tenía su quinta o chacrita cerca de allí; y que se desandaba en las tardecitas con el transitar por él de Dorico (Odorico Romero), el "loco del pueblo", que volvía a su ranchito. Esos son los personajes a quienes se menciona en la letra.
Dorico era un loco bueno que tenía una obsesión: no quería que le pisaran su sombra, porque ésa era su única amiga. Y un día, temió que un camión que por allí pasaba, lo hiciera; entonces, para evitarlo se cruzó, muriendo arrollado.
La tragedia de Dorico, que prefirió morir a vivir sin su única amistad, la sombra; le inspiró a Juan Genaro “Cacho” González Vedoya la poesía que, musicalizada por Antonio Tarragó Ros con una bellísima melodía, se convirtió en este sentido y hermoso chamamé.
Siéntalo. Disfrútelo.

POR SANTA ROSA ME VOY AL RÍO
(Antonio Tarragó Ros-Juan González Vedoya)

Camino de Santa Rosa te estás borrando
camino donde la luna andaba de a pie,
Rolón por las madrugadas te despertaba,
Dorico te regresaba al anochecer.
Tu siesta me está llamando desde el verano,
aroma de tus pichanas y cielo azul,
a pierna suelta se duerme tu cambá bolsa,
borracho con vino dulce de guapurú.
Por Santa Rosa me voy al río,
pinto mis manos de azules,
tiño mis ojos de verdes,
lleno mi boca de grillos;
por Santa Rosa me voy al río.
Una luna lavandera trajo la noche,
con un atado de ropas para lavar,
una luna lavandera está de cuclillas
y en el arroyo retuerce su delantal.
Camino de Santa Rosa te estás borrando,
qué lejos en tus barrancas está el morir,
tu cielo toca mi frente si te regreso
y el sol madura en arena y ñangapirí.
Por Santa Rosa me voy al río…

domingo, 20 de julio de 2014

¿VAMOS AL BAL DE L'INTERNAT?




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Ellos se convertirán en burgueses serios, en magistrados severos, en sabios médicos; pero no olvidarán esas horas paganas de su juventud. (Stéphane, La Chronique Politique-Littéraire-Economique, Varieté, Le Bal de l'Internat, 1 de noviembre de 1913)

El Bal de l'Internat (Baile del Internado) era y es una fiesta que anualmente celebran los practicantes de los hospitales parisinos.
En 1802 Napoleón Bonaparte impulsó la legislación por la cual el Estado francés fijaba los programas para las carreras de medicina y farmacia, se creaban los hospitales estatales y se regulaba la venta de medicamentos y vacunas. En ella se establecía que los estudiantes de medicina pasaban a ser internos, es decir, practicantes, en dichos hospitales una vez que hubieran finalizado el cuarto año de la carrera y después de aprobar un doble examen: escrito y oral.
Y surgió la costumbre del Bal de l'Internat a partir de algún lejano año del siglo XIX que no puede precisarse, que se convertiría en uno de los más emblemáticos eventos parisinos, y del que si bien se ignora desde cuándo comenzó exactamente a celebrarse; sí se sabe con certeza que a mediados de siglo, tout París anhelaba ser invitada al mismo. Y fue a partir de 1880, y muy especialmente en la Belle Époque, que alcanzaría su máximo esplendor.
A lo largo de los años se realizó en varios sitios, como por ejemplo el Luna-Park, la salle Wagram, el Tivoli Vaux-Hall, etc.; pero le lieu par excellence para el evento fue sin dudas la salle du bal Bullier, que estaba ubicada en el número 31 de la avenue de l'Observatoire, intersección con le Boulevard Saint-Michel:



Su propietario, François Bullier, la había adquirido en 1843 y la había ampliado y reformado, pintándola de vivos colores, dotándola de iluminación con lámparas a gas y de un jardín en el cual plantó mil lilas. Chez Bullier era, al igual que el Moulin Rouge, el Chat Noir, el Moulin de la Galette, etc., uno de los reductos y baluartes de la bohemia parisina. Allí se daban cita artistas y putas, allí se celebraron bailes que quedaron legendarios, y allí se festejó, durante casi un siglo, el Bal de l'Internat.
Bullier cerró sus puertas para siempre en 1940. En sus muros y paredes, en sus mesas y sillas, en sus jardín y arboleda, quedaron grabados los sueños, las inquietudes, glorias y miserias de los personajes que allí estuvieron en lejanos días irremisiblemente velados tras la noche silente de los tiempos. No hay más bohemia, todo es chusmear (Indio Solari dixit).





El Bal de l'Internat era todo un evento que se anunciaba en la prensa y a través de afiches publicitarios:


El mismo principiaba con un desfile por las calles de París, proseguía con representaciones teatrales cuya temática era estipulada por el Comité de l'Internat, luego con el Concours de beauté, y culminaba con el baile propiamente dicho (que a partir de 1894 sería de disfraces). Y los diarios y revistas reflejaban el acontecimiento durante semanas e informaban al público a través de detalladas crónicas.
Lo usual era que cada uno de los hospitales organizara sus propios parade y représentation théâtrale. Los estudiantes de la École des Beaux-Arts (los cuales eran invitados de rigor al evento) fueron entusiastas colaboradores en la organización del mismo, pero además; se contrataba a consagrados artistas para el diseño y la confección de afiches, decorados, escenografías y bannières.






Y también las cartes d'invitation tanto para hommes como para dames (distintas unas de otras), las cuales, osadas hasta rozar incluso la procacidad;  eran en sí mismas verdaderas obras de arte, de las que usted, estimado lector, puede disfrutar a continuación:
























Curiosamente (o quizá no tanto), el de 1968, justamente el año del Mayo Francés, fue el que marcó lo que pareciera ser el ocaso de una fiesta tradicional; pese a lo cual a partir de esfuerzos cada vez más puntuales y aislados, la dura batalla por evitar que fenezca, continúa. Desde la dimensión en la que se encuentren, las almas de Esculapio, Paracelso y otros, se estarán sumando en pos del triunfo final.



Ah, no quería olvidarme: en 1914, coincidentemente con la tan ansiada Reglamentación del Internado y a inspiración del que se realizaba en París, comenzó a celebrarse en Buenos Aires un baile homónimo, el cual contó con la entusiasta adhesión de grandes figuras del tango como Eduardo Arolas, Francisco Canaro, Augusto Berto, Domingo Greco, Osvaldo Fresedo, Julio De Caro, etc.
Pero es nuestra Argentina una nación aluvional, y entonces un poco por eso, otro poco por la piqueta fatal del progreso (Víctor Soliño dixit), otro poco por las bromas macabras y los excesos que desafortunadamente culminaron en un hecho luctuoso, y otro poco (o mejor dicho, mucho) por la prédica del diario "serio" (?) La Nación; en 1924 el Baile del Internado fue prohibido por las autoridades.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 6 de julio de 2014

EL PADRE DE LA CONVERTIBILIDAD. TERCERA PARTE
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Este sistema satisface todas las exigencias y suple todas las necesidades de nuestra economía; ha respetado todos los intereses vinculados a la moneda y todos los derechos adquiridos sin causar perturbaciones; ha creado una moneda nacional propia, sana y estable que representa la riqueza del país y se alimenta de todas las fuerzas vivas de la Nación, que se aumenta o restringe según las necesidades y que nos ha producido el gran beneficio de tener dinero a bajo interés impulsando al comercio y la industria. (José María Rosa)

Ocho días antes de la asunción de Roca, esto es, el 4 de octubre de 1898; en un artículo del diario La Nación tomaba estado público el consejo de Ernesto Tornquist al Zorro de fijar la relación cambiaria en 1:2,50. Inmediatamente, los sectores financieros vinculados a la Bolsa apedrearon la casa de aquél y las de Rosa y Romero.
Por otra parte, el cielo de la política nacional ennegrecía con densos nubarrones que preanunciaban la tempestad de una cerrada oposición al gobierno. Los diarios y revistas, con La Prensa, La Nación y Caras y Caretas al frente; batían sin cesar el parche de la crítica, muchas veces virulenta. El semanario, por ejemplo, en su edición del 12 de noviembre de 1898 traía, bajo el título "Beligerancia parlamentaria", esta tapa más que ilustrativa de la situación:

Sólo El Diario, de Eduardo Wilde y LaTribuna, el periódico roquista, apoyaron la iniciativa del gobierno. Poco después se les sumaría también El País, fundado en 1899 por Carlos Pellegrini. 


El 30 de agosto de 1899 el Ejecutivo remitió al Congreso para su tratamiento el proyecto de ley de Conversión que establecía la misma a razón de 44 centavos oro por 1 peso papel, o a la recíproca; 2,27 pesos papel por cada peso oro. En general, se cree que el debate en torno a la cuestión dividió hondamente la opinión pública en dos porciones más o menos iguales. No hubo tal situación y de hecho, quedó aprobado en 35 días.
Pasó que había influido no poco la opinión favorable al proyecto emitida desde Europa por Pellegrini, quien allá por enero, enterado de los ataques de que había sido objeto Tornquist, le escribía a éste: "He leído en los diarios la algarabía provocada con motivo de su proyecto, veo que hubo de haber motín en la Bolsa y que estuvieron por castigarlo. De buena me he salvado pues habría apoyado la idea a riesgo de que la prensa me llenara de moretones". Y no se había limitado a eso el Gringo; sino que además había escrito a muchos opositores a la iniciativa, convenciéndolos de lo atinada y conveniente que resultaba. Fíjese usted, querido lector, que en la segunda parte de este artículo cité el apoyo de Pellegrini, mencioné lo de la edición del 7 de enero de 1899 de Caras y Caretas e incluso inserté la imagen de la tapa de la revista en la cual aparecían las "40 cartas de Pellegrini" como regalo de Reyes. Pues bien, era por lo que enuncié precedentemente. Y tanto peso tuvo la opinión del Gringo en el asunto, que esa misma revista, el 19 de agosto -días antes Pellegrini acababa de volver al país- traía una caricatura de Mayol en la cual aparecía el ministro Rosa "autorizando a subir" al oro, que preguntaba por "el doctor Pellegrini": 
 

Ni bien ingresó el proyecto al Congreso, llovieron sobre éste los petitorios, ora encomiándolo y solicitando su aprobación; ora denostándolo y pidiendo su rechazo. Tanto las adhesiones como las resistencias nos permiten esbozar algún grado de generalización en cuanto a su procedencia: de los sectores ligados a la producción agropecuaria, la industria nacional, la exportación y el comercio interior las primeras; y de los vinculados a la banca extranjera, la especulación financiera, los negocios bursátiles y el comercio de importación las segundas.
En la primera parte de este artículo sostuve que no se podía comprender la Ley de Conversión analizándola desde los prejuicios ideológicos, los criterios economicistas y la visión maniquea de la historia. Es tan simplista e inexacto afirmar que su sanción respondió a la voluntad de privilegiar a la oligarquía terrateniente, como lo es el atribuírle la condición de panacea para todos nuestros males económicos; porque lo real y concreto es que los liderazgos políticos de la época (Roca y Pellegrini) supieron convencer a la élite dominante de la necesidad de aceptar medidas tendientes a la admisión e inclusión de nuevos actores en el escenario y la atención de situaciones que, de otro modo podrían ser capitalizadas por el "partido de desorden" (el radicalismo).
Por supuesto, la aquiescencia prestada no fue entusiasta y ni siquiera fue voluntaria; pues no los unía el amor, sino el espanto; y si agarraron viaje fue por aquello de que "el que se quema con leche, ve la vaca y llora" (recordaban los desaguisados del unicato de Juárez Celman y también sus consecuencias). Y desde luego, no todos lo entendieron ni estuvieron conformes: los especuladores y agiotistas no se resignaron nunca, porque como dijo cierto general que supo ser la figura rectora de la política nacional durante treinta años, "la víscera que más nos duele a los argentinos es el bolsillo"; una buena parte del mitrismo, que tenía una pata en cada sector y cuya opinión era recogida por el diario La Nación; el excesivo dogmatismo al que se atenía el otro gran diario, La Prensa, tal vez con el adicional de la malquerencia que separaba a su propietario y director, Ezequiel Paz, del presidente Julio A. Roca (su primo, pues la madre del Zorro era una Paz); y en fin, la revista Caras y Caretas, para la cual todo aquello que oliera a roquismo era pasible de ser satirizado. Pero bueno, tan cierto es que por más que se procure contemplar todos los intereses, siempre habrá algunos que pierdan algo; como lo es que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. 
El 9 de setiembre se leyó en el Senado una nota presentada por la Bolsa y las cámaras de comercio española, francesa e italiana, en la cual se instaba a no aprobar el proyecto, fundando la objeción en que el Estado debía abstenerse de intervenir "depreciando su propia moneda" en "los fenómenos sociales y económicos cuyo proceso natural no debe contrariarse, dejando que los esfuerzos y luchas individuales regulen los intereses generales". Y el 12 del mismo mes, en otra nota firmada por "3.961 ciudadanos argentinos y extranjeros" se pedía lo mismo, basándose en que el Estado se había comprometido a convertir la moneda "por su valor escrito a la par, y no es posible que pretenda ahora cumplir con esa obligación entregando a los tenedores de esos billetes un 44%" y en que "lo único que se hace es poner límite arbitrario a la valorización del papel, pero de ningún modo a su depreciación".
Pellegrini, en uno de sus grandes y memorables discursos en el Senado, demolió esas objeciones. Demostró, con elocuencia extraordinaria y efectiva, que tales aseveraciones se hacían desde la ignorancia de la legislación, ya que habían tres monedas en curso: el peso oro, el peso plata y el peso papel, y que el Estado, así como había fijado valor al primero y al segundo; tenía derecho a hacerlo con el tercero. Y con respecto al pronóstico agorero de que la conversión no podría mantenerse en tiempos económicos adversos y que en función de ello más valdría no implementarla, sostuvo: "Se dice con todo el aparato de un argumento contundente que si mañana la producción nacional se paraliza, si sufrimos un desastre, si las cosechas se pierden, el papel moneda se depreciará y la conversión se tornará imposible. Sin dudas, si mañana un terremoto sacude el suelo, se vendrán abajo todos los grandes edificios que hoy se construyen, pero a nadie se le ocurriría, en vista de la posibilidad de una catástrofe, suspender toda edificación. El proyecto de conversión... se inicia en época de prosperidad relativa y se funda en la casi seguridad del desarrollo normal de la industria y la riqueza pública... si llegamos a ser víctimas de una catástrofe mañana, tendremos que demorar la conversión, pero ¿acaso evitaremos los efectos del desastre que nos espera con no hacer nada?". Y terminaba: "Creo que es la lucha entre los que trabajan y producen, entre el país entero y un grupo de especuladores apoyados por la prensa metropolitana... ¿De qué lado estará el triunfo definitivo? Creo que estará del lado del trabajo y la producción... El agio, ese animalito dañino, está enjaulado por este proyecto de ley y ahí quedará vigilado por el trabajo nacional, mientras no venga alguna fatalidad o desgracia a romper los barrotes de la jaula y volverlo a su libertad". Fue el del Gringo un terrible mazazo asestado al frágil andamiaje argumentativo opositor, el coup de grâce que liquidó la cuestión. Por más que Caras y Caretas del 30 de setiembre de 1899 lo reputara de "papel dorado":


El proyecto fue aprobado y quedó convertido en ley N° 3871 el 4 de octubre de 1899.

Fue el núcleo de un paquete económico que terminó de cerrarse con medidas tendientes a reducciones presupuestarias y también a la eficientización y moralización de la administración pública. Una vez puesto en marcha el plan, el doctor Rosa renunció su cartera en marzo de 1900 para dedicarse a la Caja de Conversión y su cátedra universitaria. Volvería al ministerio de Hacienda en 1911, en la presidencia de Roque Sáenz Peña.
A quienes se opusieron a la Ley de Conversión les quedaría sólo el derecho al pataleo, y siguieron en su tenaz aunque estéril resistencia:



Su implementación trajo la tan ansiada estabilidad monetaria que duró hasta 1929, en que se cerró definitivamente la Caja de Conversión. A ese momento, había acumulados en ella y los bancos, símbolos mudos del trabajo y la confianza argentinos, como activo nada menos que 1.034 toneladas de oro (que equivaldrían hoy a algo así como 60.000 millones de dólares); y como pasivo, el asiento contable de los 293 millones de pesos que eran el circulante de la época en que fue adoptada la medida y que nunca se canjearon.

Fin

-Juan Carlos Serqueiros-