martes, 25 de diciembre de 2012

FERNANDO, EL PERRO BOHEMIO Y MELÓMANO ÍCONO DE UNA CIUDAD


La autoría de este relato que a continuación leerán, no me pertenece. Es (creo) una recopilación de notas periodísticas de la época en que este perrito, por derecho propio ícono de Resistencia, alegró y enterneció la vida de quienes en esa ciudad moraban. 
Sí puedo dar fe de la veracidad de su historia; porque mi padre, que lo conoció y que era uno de los tantos pasajeros de hoteles y parroquianos de bares que disfrutaron de su siempre grata y confortante compañía, me la relataba siempre.
Viví y trabajé muchos años en Resistencia y tengo dos hermosas hijas allí nacidas. Por y para ellas, que al igual que yo, aman los perros, quise engalanar y enriquecer este mi website con la historia del símbolo imperecedero de la bohemia, la libertad, la ternura y la amistad: Fernando, el perro bohemio y melómano que distingue a Resistencia.

-Juan Carlos Serqueiros-

Esta historia comenzó al despuntar la década del 50, un día que el recuerdo no ha registrado. En Resistencia, capital de la provincia del Chaco, apareció un forastero con una guitarra al hombro y un perrito blanco que no se despegaba de su lado. El hombre entró a una humilde pensión, y con voz serena preguntó si allí se podían hospedar él y su perro. El dueño, tras mirarlo de reojo, le respondió: “-Si vos no cantás y el perro no ladra, pueden”.
Jornadas después, el artista ambulante del cansancio pasó al descanso eterno. El propietario de la pensión se quedó frío con un cadáver aún caliente. La municipalidad dio sepultura al cantor desconocido. En tanto, el dueño de la pensión y algún vecino, compasión en ristre; resolvieron quedarse con el perro. Vano intento. El perrito no se sometía a nadie y al instante tomó la ciudad como su casa.
Poco a poco, aquel valiente cuzquito de espíritu callejero se fue adueñando del cariño de la gente. Sus andanzas y alegría calaron hondo, pues entregó su amistad a los niños y su compañía a los ancianos. Pero seguía siendo libre. De todos obtenía buen trato, y respeto por la libertad que demandaba.
Mas un aciago día al perrito blanco lo atropelló un automóvil y lo dejó a orillas de la muerte. Los niños quedaron estupefactos y doloridos. Ellos sabían que el perro necesitaba un doctor, y sólo conocían a Pipo Reggiardo (un médico que en la plaza Belgrano, a veces jugaba un ratito a la pelota con ellos). Se lo llevaron. El doctor Reggiardo lo auxilió con presteza y, al tratarse de un animal sin dueño, lo "internó" en su consultorio adentro de una caja de cartón. La entrega del médico y el preciso tratamiento, en pocos semanas consiguieron la total recuperación.
El animalito volvió a la calle enarbolando su natural propensión a la amistad. Así, el simpático vagabundo, fue dejando tras de sí una estela de modestia, agradecimiento y saber estar.
Sin embargo, no es posible interpretar la historia de este perrito, sin conocer a su amigo del alma, al que algunos llaman (erróneamente) su "dueño" (porque Fernando nunca tuvo "dueño", ya que fue un símbolo de la libertad, y si en todo caso perteneció a alguien -fuera de aquel hombre con el cual llegó-; fue a todo el pueblo de Resistencia), el cantante Fernando Ortega, más conocido por su pseudónimo artístico: Fernando Ortiz; (fragmentos de una larga entrevista concedida por el cantor unos años antes de su fallecimiento):

-Lo conocí en el 51, en el bar Los Bancos, junto a la plaza. Era un perrito blanco, chiquito, y tenía más o menos un año. Cuando lo ví, lo comparé con un capullo de algodón. No lo llamé, pero él vino directamente a echarse a mis pies. Los mozos me preguntaron si molestaba. Les respondí que no. Se quedó a mi lado, y cuando salí me siguió hasta el hotel Colón, donde yo vivía. A la mañana siguiente lo encontré debajo de mi cama. Como hacía calor y yo no cerraba la puerta, seguramente entró mientras dormía. Entonces lo bañé, le di de comer, y comenzó la amistad. -En el hotel, al principio, yo disimulaba su presencia. Hasta que Coco Lucas, el dueño, lo descubrió. Coco, conmovido por mi mirada y la mirada del perrito, en vez de echarlo le hizo colocar una cucha para que pudiera descansar. -Yo actuaba en Los Bancos con una orquesta, y cuando actuábamos, el perro se iba a echar detrás del piano. No se separaba de mí. A la salida, siempre me ladraba de manera especial. Yo sabía que era su forma de invitarme a la plaza, donde cumplía una especie de rito: perseguir a los gatos. No los agredía. Jugaba corriéndolos. -En una oportunidad hubo una reunión de artistas. El perro se sentó junto a mí en la punta de la mesa. Los muchachos decidieron ponerle mi nombre. Él respondió bien al nombre de Fernando y jugó con todos ellos. En la amistad era como los humanos. A mí me parecía un ser humano vestido de perro. -A Fernando le gustaban mucho los picantes y el azúcar, y eso no podía ser bueno para un perro. Como era blanco se ensuciaba mucho, y en cualquier casa lo bañaban. Hasta tres o cuatro veces por semana. Y eso tampoco podía ser bueno para un perro. -Una noche que hacía mucho frío se me ocurrió darle grappa con azúcar. Al principio no le gustó, pero al rato, empezó a pedir más. Cuando nos fuimos, le costó bajar de la silla, y caminaba de costado, borracho. -De vez en cuando visitábamos a un gran amigo; el pintor René Brusseau. Fernando se hizo muy amigo de René. Otro de sus amigos fue el escultor Víctor Marchese. Con Juan de Dios Mena, iba al Fogón de los Arrieros. En el Fogón, lo aceptaron y lo hicieron socio de la institución. Allí destacó como crítico musical. Su mayor virtud era su oído. Como nadie, captaba la belleza de los sonidos. -Para él, lo fundamental era la noche. Recorría el bar Sorocabana, el bar Los Bancos y el Club Social. Y si oía música se acercaba. La música le encantaba. Pero si no le gustaba algún artista, se iba. Y la gente lo seguía. -No se perdía ninguna fiesta. En los conciertos se colaba y se iba a echar cerca de la orquesta, o del solista. Cuando meneaba la cola aprobaba la actuación, pero ante las pifias gruñía, y a veces aullaba. Él nunca fallaba. Y los músicos admitían haber metido la pata en el punto indicado por el perro. Era un crítico riguroso. Y ninguno se atrevía a pedir que lo pusieran de patitas en la calle, porque la gente se fiaba de su oído. -Recuerdo que el maestro Hermes Peresini, eximio violinista, sabía ponerlo a prueba. Tocaba un fragmento de las Czardas de Monti, y en algún momento colocaba mal alguna nota. Fernando respondía dando un salto y se ponía a gruñir, mientras el maestro se reía. El perro tenía un oído musical muy desarrollado. Quizás esa fue la herencia que le dejó el artista que lo trajo a Resistencia.
Como perro que era, Fernando se ceñía a su código de costumbres: pernoctaba en la recepción del hotel Colón (en ocasiones, en El Viejo Rincón), a primera hora de la mañana entraba con los empleados al Banco de la Nación Argentina, y se dirigía al despacho del gerente, donde éste le hacía servir el desayuno: café con leche y medialunas (en la imagen, podemos verlo en la oficina del gerente, con su taza):


Después, iba a visitar la peluquería que estaba al lado del Bar Japonés. A continuación, dormía un rato en el Sorocabana sin que nadie lo molestara. Almorzaba en el restaurante El Madrileño. En casa del doctor Reggiardo hacía la siesta (un ladrido y un arañazo a la puerta eran la contraseña para entrar). Y tras la siesta, se cruzaba a la plaza 25 de Mayo a divertirse hostigando a los gatos. Al atardecer, corría al bar La Estrella, a merendar lo que le daban los dueños y la clientela.
En La Estrella le ocurrió un desagradable episodio cierta vez que un "chistoso" pasado de vinos, le pegó una patada. A su aullido de dolor replicaron los parroquianos, que querían linchar al agresor. La trifulca se saldó con la expulsión a puntapiés del tipejo, y con Fernando comiendo maníes bajo una mesa.
Fernando volvió a callejear por la ciudad. No hubo evento artístico o social que no contara con su asistencia. Todo le atraía: fiestas, tertulias, conciertos, espectáculos, bailes populares; y él, sirviéndose de su don para hacerse querer, recalaba en cualquier reunión.
Con su presencia alegró bodas y cumpleaños, y fue motivo de orgullo para aquellos que lo recibían en sus casas.
En los velorios pasaba otro tanto; si asistía era un honor, pero si no aparecía; derivaba en desdoro para el fallecido y sus familiares.
En las exposiciones pictóricas, los organizadores temblaban al verlo entrar. Si Fernando recorría la sala y luego se echaba en un rincón, todos contentos. Mas, si se marchaba; el pintor ya podía ir descolgando sus cuadros.

ALGUNAS DE LAS ANÉCDOTAS QUE LO LLEVARON AL BRONCE
En 1954 (y en un momento de alarma social, pues se habían producido muertes de niños por mordeduras de perros), la vacuna antirrábica llegó al Chaco. Se estableció la obligatoriedad de vacunar a todos los canes. En la municipalidad se llevó a cabo el cometido, y a la Municipalidad acudió Fernando sin que nadie lo llevara. Por propia voluntad dejó que el doctor Andreu lo inmunizara. Tal actitud, impropia en un animal, obtuvo su justo premio: le concedieron la patente número uno, y lo nombraron Primer perro civilizado de Resistencia. Sin embargo, ni la patente número uno ni el título de "Perro civilizado", lo libraron de un aciago incidente. Una mañana, los hombres de la perrera lo cazaron, y medio dormido lo introdujeron en la jaula del camión. Mas, la providencial intervención de Tatalo Dominguez (campeón chaqueño y argentino de boxeo) y de Moisés Zaín (promotor de espectáculos artísticos y deportivos) trastocó las cosas; porque además de reprender a los de la perrera, instaron a otras personas a unirse a la protesta. Se armó un alboroto. Hasta que una mano anónima abrió la puerta de la jaula. Entre los aplausos y las risas de la gente, Fernando, como un balazo, se metió en el Sorocabana seguido por el resto de perros capturados.
Cuenta el periodista y escritor chaqueño Mempo Giardinelli:
-El 57 o el 58, visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco, Paderewsky, y ofreció un único concierto en el Cine Teatro Sep, y por supuesto mis padres me llevaron. La sala estaba repleta, y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre explicaban a los músicos visitantes de la ineludible presencia del cuzquito). Y a la vista de cientos de personas, se diría que Pederewsky y Fernando comenzaron el concierto. Nunca olvidaré la impresión de aquel público cuando en medio de una sonata de Beethoven, Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Hacia el final, nuevamente el perro sacudió las orejas y miró fijo al pianista, como diciéndole: "-Oiga, la está pifiando". Entonces, Paderewsky, con europea elegancia, detuvo las manos, miró al perrito y dijo en duro castellano: "-Tiene razón, equivoqué dos veces". Hizo un da capo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bis, y el discreto mutis de Fernando.
Y siguen las anécdotas:

-Un afamado violinista europeo, en tournée por el noreste del país, se presentó en el Cine Teatro Sep. Fernando asentó su alba figura entre la primera fila y el escenario. El concertista tocaba con dulzura, y el perro, como buen melómano, disfrutaba con la música. De pronto abrió los ojos, levantó las orejas y lanzó un aullido. El músico había errado unas notas y el animal lo percibió. El hombre, contrariado, interrumpió la actuación, abandonó el escenario y entre bambalinas, exigió la inmediata evacuación del perro. La respuesta, muy a la chaqueña, fue tajante: "-Fernando sabe lo que hace" -le dijo uno de los responsables. "-Así que, tocás bien o el que se va sos vos" -agregó otro.
Agonizaba la década del 50, y a fin de inaugurar unas obras visitó Resistencia el militar golpista Aramburu. En el Club Social se organizó un acto. Comparecieron el presidente de facto y las autoridades provinciales. Aramburu ocupó la cabecera de la mesa, y a su derecha se sentó el gobernador. De repente, sobre el alfombrado apareció Fernando. Su irrupción provocó estupor, murmullos y risas. Entonces, ante la confusa mirada de Aramburu y su séquito, el gobernador se puso de pie, y tal como si presentara a un embajador en el Vaticano, dijo en voz alta: "-Señor presidente, el perro Fernando". Fernando miró a todos, y se retiró. Él no comulgaba con golpistas y asesinos en el poder.
René Brusseau (prestigioso artista plástico) y Fernando, establecieron una agradable relación de amistad. Muchas veces el perro le hacía compañía en su estudio mientras él pintaba. Mas, una tarde del año 1956, Fernando salió a la calle poseído de una repentina urgencia. Sus ladridos y movimientos extrañaron a la gente. Comprendiendo que algo pasaba, varias personas entraron al estudio, y encontraron tirado en el suelo el cuerpo sin vida del pintor. Su mano izquierda aún sujetaba la paleta. Se ignora cómo, pero Fernando supo que René iba a ser velado en El Fogón de los Arrieros. Cuando el vehículo fúnebre llegó con el cuerpo, el perro estaba esperando. Pasó la noche junto al ataúd del amigo. Al otro día acompañó el cortejo. Tras el entierro, todos abandonaron el cementerio. Pero Fernando, no; él se quedó unas horas más.
En el bar La Estrella, una noche de invierno y una audición de tangos, que el bullicio y la humareda no invitaban a escuchar. O al menos, eso pensó uno de los dueños del bar, ya que apagó la radio. Al instante retumbaron los ladridos de Fernando. Se hizo un breve silencio. Conectaron nuevamente el receptor. El perro se calló y se tumbó junto al mostrador a deleitarse con la música.
Una mañana muy temprano, la plaza 25 de Mayo tembló con los ladridos de Fernando. Los taxistas que estaban en la parada acudieron a ver qué ocurría, y encontraron un señor mayor tirado en el suelo. Uno de los taxistas, hábil en primeros auxilios, le practicó ejercicios de reanimación. Luego, en uno de los taxis llevaron al anciano al hospital Perrando. A Fernando le impidieron el paso, mas él quedó merodeando. Los taxistas regresaron contentos; el señor, que había sufrido un infarto, se salvó.
Aún se recuerda su "colaboración" con el Coro Polifónico de Resistencia (galardonado dos veces en certámenes internacionales en Italia: Arezzo-1968, y Pescara-1974). Ocurrió en el Cine Teatro Sep. Iba a dar comienzo la función y Fernando subió al escenario. Miró uno a uno a los cantantes, y luego de agitar la cola ante la mítica directora, Yolanda de Elizondo, fue a tenderse al lado de la candileja. La señora de Elizondo captó el mensaje de anuencia e inició la actuación.
Durante una representación teatral, y en el momento en que la protagonista era acosada por un hombre lobo, Fernando entró en escena y lamió la cara de la actriz, Delma Ricci, tal como si le dijera: "-No tengas miedo, aquí estoy". En ese punto, concluyó la obra. El perrito conoció el aplauso.
SU MUERTE
Fernando murió de diabetes el 28 de mayo de 1963, y sus restos fueron enterrados en la vereda, junto a la entrada del Fogón de los Arrieros, una institución cultural y artística, peña literaria y museo de la ciudad. Allí, junto a su estatua, puede leerse un epitafio que dice: "A Fernando, un perrito blanco que errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento".
En Resistencia, conocida justamente como la ciudad de las esculturas, hay tres que representan a Fernando. La primera de ellas es la que está en su tumba, a la entrada del Fogón de los Arrieros, en calle Brown 350:


Otra, frente a la Casa de Gobierno, en la esquina de avenida 25 de Mayo y calle Mitre:


Y la tercera, ubicada en la platabanda de la avenida Avalos, frente al parque 2 de Febrero y al club Regatas:


lunes, 24 de diciembre de 2012

CIUDAD BAIGON





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Ciudad Baigón
(Solari)

Porque hay un cielo que está mejor
con pooles de venecita antigua
joden y te engañan con crueldad
porque Positano es muy chico
y jamás va a alcanzar para vos
no va a ser nunca tu paraíso.
Mirá las almas a tu alrededor
mirá el amor que está a tu costado.
Muchos infiernos, diversos, ví
y sin embargo yo aquí paseo
voy apilando puteadas y sigo ofreciendo mis gentilezas.
Te obligan siempre a volar así
en bingo-fuel y ametrallado a sopapos
que la costumbre da por el mandato ruin de los muertos.
Un pobre diablo yo sé que soy
que vá a la vida con arrogancia
en fin. y gracias a dios (¡Por dios!) no sigue nadie
con mis consejos.
Y los notables dicen que envidian a la gente común como vos
y se la pasan tratado de cagar a la horma del queso viejo.
Poder. placer. poder.
Rumores oscuros que confunden la cabeza
y perturban a los corazones secos.
Y va a llegar ese día en que se desvanezcan tus alegrías
y esa llamita que, apenas, sos
se extinga y de ella no quede nada
ni la pregunta de cómo hiciste para aguantar
y gastar tu vida entre todos tus venenos
y temores que te rendían.
Y hasta el gusano que envidian todos
y que sabe muy bien que no está hecho para el amor
ríe del placer de ser tan cruel e inaccesible.

Una viñeta con “contenido social” (como la definió el propio Solari en un reportaje concedido a la revista Rolling Stone), sobre la vida que se lleva en las grandes urbes con la polución, la contaminación ambiental y todo eso con que nos "fumigan" a diario a quienes vivimos en ciudades densamente pobladas.
El título, siempre tan importante en la lírica solariana, es una sutileza del Indio: apela a la reminiscencia de la marca de cucarachicida más conocida del mundo (el popular "Baygón", de la Bayer, cambiando la "y" por la "i", posiblemente para no tener problemas legales, no sé...), para "graficar" mejor la idea de cómo nos envenenan todos los días tanto material como espiritualmente. Y a la vez, está implícita la asimilación de la gente que vive en grandes ciudades, a cucarachas. 
Y bien pensado, hay en eso un mensaje esperanzador: por más que nos envenenen condenándonos a vivir en ciudades contaminadas, la gente que habita en ellas va a sobrevivir; porque las cucarachas existieron desde siempre. Y porque la manera más cruel y despiadada de fumigarnos, no es el Baygón, ni el glifosato, ni los transgénicos; es el desamor.
“Hay un cielo que está mejor”, que es más puro que el de las ciudades contaminadas: el cielo del Mediterráneo (más adelante vamos a ver por qué es el Mediterráneo). A ese cielo que “está mejor”, algunos lo reemplazan con el sucedáneo mentiroso  de “pooles de venecita antigua” con los que “joden y te engañan con crueldad”. Porque en las grandes ciudades contaminadas no hay un mar puro; por eso hay que conformarse -en el mejor de los casos- con una piscina (pool, en inglés). La venecita es un material utilizado en la construcción para revestir piscinas; unas cerámicas, unas mayólicas pequeñas de 2 x 2 cm., y lo de "antigua" es porque antiguamente, hace varias décadas, se usaban esas mayólicas, y luego las modas y tendencias en arquitectura fueron dejando de lado ese material que hoy vuelve a usarse, como símbolo de lujo, distinción y buen gusto.
El cielo limpio podrá ser reemplazado, si tenés guita y cierta dosis de poder, con la ilusión de una piscina revestida en venecita; pero eso no alcanza para salvarte de la fumigación con el más poderoso pesticida jamás “inventado”: la ausencia de amor; porque “Positano es muy chico / y jamás va a alcanzar para vos / no va a ser nunca tu paraíso”. Positano es una pequeña y paradisíaca ciudad del sur de Italia, ubicada cerca de Nápoles sobre el mar Mediterráneo en la costa amalfitana. Es un sitio muy exclusivo, donde no se permiten nuevos residentes permanentes ni edificaciones; sólo las tres mil personas que viven en la ciudad y nada más. No se puede ir a Positano, comprarse un terreno y edificar, por más guita que se tenga; sólo se puede ir de turismo y al tiempo tenés que pirar. Por eso dice "Positano es muy chico y jamás va a alcanzar para vos".  
Y, ¿quién es ese “vos”? Las letras supuestamente “crípticas” que se le achacan a Solari son un mito; ellas siempre pueden entenderse si nos dejamos traspasar por la lírica. Y por si la menesunda de sensaciones y pensamientos nos llevara a perdernos por algún rumbo extraviado; ahí está otra faceta artística del Indio: la gráfica, que oficia de mapa. En este caso, el arte que acompaña a la canción nos muestra una dama veneciana con un antifaz (la impostura, el aparentar ser lo que en realidad no se es), a las puertas de la CIA. El director de la CIA, con su guita y poder, podrá tener una lujosa piscina revestida con venecita antigua; pero eso no lo exime de la prohibición que representa el hecho de que Positano jamás va a ser su paraíso; él nunca podrá vivir allí. A menos, claro, que lo invada, lo conquiste y lo acapare para sí; pero entonces… Positano ya no sería Positano. El Positano verdadero, real, ese… nunca será para él.
Trascartón nomás, insta, conmina casi, a un interlocutor imaginario: “Mirá las almas a tu alrededor / mirá el amor que está a tu costado”, le dice; porque El tesoro de los inocentes / Biengo-fuel es un disco de amor. Nada de él puede comprenderse sin convenir previamente en ello.
El Indio viajó mucho, vió muchas grandes metrópolis contaminadas (“muchos infiernos, diversos, ví”); no obstante, sigue moviéndose en esa Nueva York que le encanta (“y sin embargo yo aquí paseo”, siendo ese “aquí”, Nueva York). Una ciudad a la que ama, aún a pesar de su manifiesta hostilidad (“voy apilando puteadas y sigo ofreciendo mis gentilezas”).
Y es que después de todo, “vivir sólo cuesta vida”, y hay que vivir, no queda otra; por más que la vida se empeñe en cagarte a palos (“te obligan siempre a volar así / en bingo-fuel y ametrallado a sopapos”).  La gran ciudad es así y tenés que vivir así; a los pedos y siempre al límite ("bingo-fuel" es la expresión que usan los pilotos de aviones aludiendo a que tienen el combustible justo para llegar, están al límite. Y de paso, es una de las dos frases que dan título al disco El tesoro de los inocentes / Bingo-fuel; lo cual nos lleva a que esta canción en particular sea, junto a El tesoro de los inocentes, el tema "principal" del disco, para el Indio).
Y esa “manía” de vivir de ese modo infernal, nos viene de nuestros antepasados, siempre fue así la cosa (“que la costumbre da por el mandato ruin de los muertos”).
Resaltar la impostura y el desamor de una señora detrás de su antifaz y del director de la CIA, no va a cambiar el mundo, una canción no va a cambiar el mundo, el rock no va a cambiar el mundo; pero sí tal vez cambie tu forma de ver el mundo (“un pobre diablo yo sé que soy / que va a la vida con arrogancia”). Y se felicita de que nadie siga su opinión: [“en fin. y gracias a dios (¡Por dios!) no sigue nadie / con mis consejos”]. De paso, hay veladamente una referencia al descreimiento del Indio en Dios (notar que pone "dios" así en minúsculas). Son reiteradas sus declaraciones en el sentido de que no cree que haya vida después de la muerte como sostienen todas las religiones; él cree que te morís y listo, chau ("cuando este velador Solari se apague, se apaga y nada más, no hay otra cosa después" es una de su frases predilectas).
Y se viene un garrotazo a los hipócritas que reniegan de su posición, lujo y notoriedad (“y los notables dicen que envidian a la gente común como vos / y se la pasan tratando de cagar a la horma del queso viejo”). A él no le gusta ser notable, no disfruta de eso; pero tampoco le va hipocresía de los que dicen que la gente común vive mejor que ellos, que son notables; eso le parece una mentira. Y por supuesto, es una mentira.
La verdad / consecuencia “poder. placer. poder.”, es innegable. El poder está concatenado al placer, así como el desamor, en tanto incapacidad de sentir y dar amor (“rumores oscuros que confunden la cabeza / y perturban a los corazones secos”); está implícito en la soledad del poder: es el precio a pagar.
Cuando ya el placer y el poder no signifiquen nada (“y va a llegar ese día en que se desvanezcan tus alegrías”), va a ser tarde para que te preguntes por qué te quedaste con esa vida de mierda, tan limitada y envenenada (“ni la pregunta de cómo hiciste para aguantar y gastar tu vida entre todos tus venenos”), no te va quedar ni el recuerdo de la rebeldía adolescente; porque vaya a saber qué miedos (“y temores que te rendían”) te impidieron mandar todo al carajo. Y el Indio está aquí apelando a un recurso muy frecuente en su lírica: el de utilizar una misma metáfora con múltiples significaciones; ya que también alude a su carencia de fe y a su propio convencimiento de que no hay vida después de la muerte como sostienen todas las religiones (asimila lo de “esa llamita que, apenas, sos / se extinga y de ella no quede nada”; con la frase del velador citada anteriormente y que siempre anda pronunciando).
Cuando llegue ese momento, decía, será irremisiblemente tarde para “vos”. Tan terriblemente tarde, que hasta excederá esa tardanza expresada por el Ofe Rivero en Pucherito de gallina, cuando decía “hoy han pasado los años y no encuentro calor de hogar, familia y juventud”. Será muy tarde para "vos", ¿sabés?; porque “hasta el gusano que envidian todos / y que sabe muy bien que no está hecho para el amor / ríe del placer de ser tan cruel e inaccesible”. O sea, tan tarde será…; que ni tiempo para el arrepentimiento tendrás. Lapidario.
Por eso, chabón, no pierdas de vista que El tesoro de los inocentes / Bingo-fuel es un disco de amor. Y sabido es que “si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía ¡no vas a regatear!”.

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domingo, 16 de diciembre de 2012

LA TERNURA Y LA INOCENCIA














Las representaciones más sublimes de la ternura y la inocencia en el arte, son para mí la película "The kid" (en nuestro país; "El pibe"), de Charles Chaplin; y la serie "El Chavo del 8", de Roberto Gómez Bolaños.
-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 5 de diciembre de 2012

UN CONSEJO DESESTIMADO


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La independencia americana fue la consecuencia natural y lógica de la crisis española (de la crisis española "existencial", quiero decir; que no la de la última etapa, que desembocó finalmente en el Mayo de 1810).
Esa América que le había aparecido al paso a Colón, salvó a éste, pero... no salvó a España.
Paradojalmente, la primera nación europea en llegar a la unidad, la que había sido capaz de sacudirse de encima a los moros que la habían ocupado por siete siglos, no podría mantener el imperio que había forjado, y el oro y la plata americanos le resultarían indigestos.
Mientras hasta el último remendón español soñaba con el paraíso de Mahoma y la ciudad de los césares, las demás potencias europeas, especialmente Inglaterra; se relamían tejiendo planes para su participación en el festín, tal como se relamen los lobos contemplando un indefenso rebaño.
Y sería en vano que Hernandarias se desgañitase clamando a su rey apoyo para liquidar la corrupción en el puerto de Buenos Aires, tan en vano, como que Felipe II quisiera dar a los estrógenos de Elizabeth I otra aplicación que no fuera la del saqueo pirateril, mandando a la "pérfida Albión" su temible armada y tan en vano como las proezas de heroísmo de Cartagena de Indias, de Colonia del Sacramento y de Buenos Aires... ¡Alea jacta est!
El proceso de deterioro de la hispanidad se aceleró aún más con el cambio dinástico en el trono luego de la Guerra de Sucesión. Sustituir Habsburgos (o Austrias, indistintamente) -aún apuntando en la cuenta de éstos el "debe" que hay necesariamente que contabilizarles por el calamitoso reinado de Felipe IV- por Borbones, lejos de ser un remedio para unos supuestos oscurantismo y atraso; hundió aún más al otrora poderoso imperio donde nunca se ponía el sol, ahora disfrazado con el ropaje del "modernismo" que los iluminaría con las "luces del siglo", incógnita de una ecuación que los azorados españoles de ese tiempo nunca lograron despejar.
Y por el lado de Indias, la mudanza de Austrias a Borbones no representó mejora alguna; fue tan desastrosa como en la península. El centralismo y el absolutismo borbónicos despreciaron y desecharon el papel importante que hasta allí había jugado el Consejo de Indias, el cual permaneció languideciendo en una intrincada burocracia que lo condenaba al arcón de los olvidos más que al de los recuerdos, las autonomías políticas se acabaron, y lo que eran los reinos de Indias; pasaron a ser las colonias de América.
Desde Utrecht (incluido, por supuesto) en adelante, la declinación española se convirtió en franca (y nunca mejor aplicado el término) caída. Caída que no alcanzaron a detener los denodados e inteligentes esfuerzos de Isabel Farnesio (que pese a no ser española -era de Parma-, valía infinitamente más para España que su estúpido y pusilánime esposo, el maníaco depresivo Felipe V).
Pero ¿había remedio para la enfermedad española? Sí, lo había; aunque se necesitaba "un gran remedio para un gran mal" (Indio Solari dixit): estaba en su psique el achaque, y la medicina había que buscarla allí mismo, en el alma, es decir, en el pueblo.
Y de allí salió: Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, el bien amado de las plebes y las clases medias españolas, quien con extraordinaria perspicacia y largueza de miras comprendió cabalmente la amenaza que se cernía sobre el imperio a partir de la independencia norteamericana (lograda con el auxilio de la entente franco-hispana), y en razón de ello, en 1783 aconsejaba de esta manera a su rey: 

Esta república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aún coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido... y sólo pensará en su engrandecimiento... el primer paso será apoderarse de las Floridas... aspirará a la conquista de Nueva España que no podremos defender... y toda la América meridional... Que V.M. se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el otro del Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando V.M. el título de Emperador.

En buen romance, el conde de Aranda prevenía las ulterioridades que resultarían de la emergencia de los recientemente creados Estados Unidos como nación potencia a corto plazo, y sugería al monarca erigir tres reinos los cuales junto con España, conformarían un imperio consolidado en perdurable unidad.
En general los historiadores han tomado el consejo del conde a su rey como un antecedente de lo que se ha dado en llamar comunidad de naciones al estilo del Commonwealth británico, y algo hay de eso; pero tengo para mí que la concepción del proyecto superaba ese propósito y representaba algo más ambicioso todavía: encarnaba nada menos que la alianza estrecha, íntima, trascendental e inmarcesible entre España y la América central y meridional; no una comunidad de naciones sino una sola nación de formidable poderío, sustentable en el devenir de los siglos y no sujeta a la influencia de otras potencias.
Pero resultó que el médico que atendía al enfermo... ¡rechazó el remedio que se le ofrecía para curar al mismo! Si la "pérfida Albión" tuvo la suerte de que el sentido común inglés condujera a Jorge III a justipreciar adecuadamente la enorme valía del libro de Edmund Burke Reflections on the Revolution in France, acertando a sustraer a Inglaterra de la influencia de los aspectos más indeseables de ese hecho; no tuvo España la misma suerte. El voluble, falto de energía, indeciso, en una palabra; inepto Carlos III, desoyó el atinado consejo del conde de Aranda y se perdió así la última posibilidad de detener la debacle de la hispanidad.
Las calamidades que a España (y a nuestra América) les sobrevendrían después de eso, de la mano de aquel imbécil cornudo consciente y complaciente que fue Carlos IV y de la del repulsivo histérico mariquita bordador que era Fernando VII, son bien conocidas; tan bien conocidas como las de la incontrastable evidencia patentizada en el actual exponente de esa irremisiblemente degenerada dinastía borbónica: el miserable botarate bueno para nada que es Juan Carlos I.
Para la hispanidad, desgracia y borbones fueron y son sinónimos.

-Juan Carlos Serqueiros-