miércoles, 25 de enero de 2012

LA MURGA DE LA VIRGENCITA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

LA MURGA DE LA VIRGENCITA
(Beilinson – Solari)

Marita lo hace por la guita
con los bomberos del cuartel
Su barrio es tan inclemente
y su comparsa siempre es cruel.
Sueña con que su rollo sea
película de amores suaves.
La murga de la virgencita
ese aguijón picante y miel.
Se tambalea en sus tacones
no tiene nada que perder...
Nunca pudo comer del queso
sin que la trampera la aplaste.
Los coches van y vienen
y su ilusión fulana
se empolva la nariz
muerde el labio y va otra vez
para ahogar arcadas gusto a menta
junto con sus bostezos.
Sus chulos son legión
de "cucharangos" que hacen temblar
de miedo su boquita.
Ay! Ay! mi virgencita.
Se maquilla la piel
para el Túnel de amor
y también para su Tren fantasma
(con la boquita seca)
Será el propio buen Dios
quién toca así el tambor
y que ahuyenta su clientela
y la aflije con tristezas.
Pilchitas de poliester
y santidad de virgen.
Milagro más, milagro menos
otra polilla en busca de la luz.
La murga de esa virgencita
que no quiere besar a nadie...

Continúa en Momo Sampler, esa “orgía de baja fidelidad”, el desfile de murgas, es decir, de personajes característicos de esa vergonzante sociedad argentina del 2000. Un carnaval donde reina la impostura, donde todos están travestidos y donde nadie parece ser lo que en realidad es.
En este caso, la protagonista es una prostituta pobre, de condición social baja; no es un yiro caro y finoli, sino una pobre mujer que vive en uno de esos barrios “desangelados” (“su barrio es tan inclemente”), a quien las circunstancias de su vida y la miseria en que está inmersa, la llevan a ejercer eso que algunos llaman “el oficio más antiguo del mundo” (de lo cual, dicho sea de paso, nunca logré saber el porqué, ¿cómo carajo saben los que lo afirman, que es “el oficio más antiguo del mundo? ¿qué mierda tienen, la máquina del tiempo, como para saber cuál es la ocupación más vieja desde los albores de la humanidad?).
Pero esta prostituta no es una prostituta cualquiera, no; es una que nos despierta instantáneamente sentimientos de ternura y de compasión por la vida que lleva. De movida, porque su nombre es, sugestivamente, María (“Marita” la llama el Indio, utilizando el diminutivo con el propósito de acentuar lo desvalido, lo indefenso del personaje). Y también porque a pesar de hacer la calle, María es, como la Virgen María; una “virgencita”. O sea, Marita es una prostituta, pero en la impostura; mientras en la realidad es una mujer pura, una “virgencita” por su alma incontaminada, a pesar de estar hundida en el fango de la marginalidad y verse obligada a ejercer de puta.
El “rollo” de Marita, o sea su sueño más anhelado, es que llegue el amor a su vida (“sueña con que su rollo sea”), vivir un amor verdadero, con un hombre bueno que la saque de ese infierno en que vive (“película de amores suaves”).
Nunca pudo disfrutar de nada, dejando en el camino su vida a jirones (“nunca pudo comer del queso sin que la trampera la aplaste”).
Y en ese yirar y yirar que son sus noches, esperando clientes (“los coches van y vienen”), esporádicamente consigue hacer alguna “francesa”, algún pete, alguna fellatio; y termina comiéndose una pastilla o un caramelo de menta, para quitarse de la boca el gusto a semen que le provoca naúseas (“para ahogar arcadas gusto a menta”).


En esa existencia miserable que lleva, Marita tuvo varios cafiolos (“sus chulos son legión”) que la explotan, obligándola a ejercer la prostitución en su beneficio; so pretexto de “protegerla”. Tipos que, como todo cafisho, son “cucharangos”, es decir, de baja estofa, deleznables, ordinarios y brutales. Esos fiolos, esos chulos, siempre la cagaron a palos; y por eso Marita les teme (“hacen temblar de miedo su boquita”).
Y tenemos también una metáfora muy sugestiva: la de “Se maquilla la piel / para el Túnel de amor / y también para su Tren fantasma / (con la boquita seca)", en la cual el Indio alude a los mejores sueños y a las peores pesadillas de Marita, ilustrándolos con una mención a dos atracciones de los parques de diversiones para niños que hasta hace algunos cuantos años, aún existían (en el interior de nuestro país, todavía quedan algunos): “El túnel del amor” y “El tren fantasma”. Esas atracciones consistían en unos carritos que corrían sobre unos rieles en el caso del "tren fantasma", y de unos botecitos que iban sobre un arroyuelo artificial en el caso del "túnel del amor". Y si entrabas al “túnel del amor”, a jugar con alguna amiguita a ser novios, entonces entrabas a algo donde el ambiente era mágico, apacible, romántico, plácido, todo te daba la idea del amor; y si entrabas al “tren fantasma”, el carrito corría vertiginosamente, se sacudía amenazando echarte fuera, te aparecían monstruos horrendos, un verdugo amagaba cortarte la cabeza con un hacha, todo era horripilante, de modo de asustarte. Sí... los sueños de Marita, discurren por el “túnel del amor”; pero la vida, la realidad de su pobre vida, la acusa la pesadilla del “tren fantasma”…
No obstante esa vida de mierda que lleva, Marita soporta todo estoicamente, y se resigna pensando que será Dios quien la castiga “tocando el tambor” que le espanta esos clientes que tanto busca, de modo de poder ganarse unos pocos pesos.
Ella viste pobre, modestamente, con ropas de las más baratas y ordinarias (“pilchitas de poliéster”), que delatan su “santidad de virgen”; porque Marita, si bien en la impostura de la apariencia es una puta; en la realidad su corazón no está enviciado, corrupto.
Y al final, Marita es sólo una más entre tantas mujeres que se han visto obligadas a vender sexo por unas chirolas, y que al igual que ella, sueñan con un amor bueno que las salve, que las “redima” (como si el infierno que soportan, no fuese bastante, me cago en el mundo); por eso Marita es “otra polilla en busca de la luz”.
Y es una virgencita que “no quiere besar a nadie”, porque quiere mantener su boca virgen de besos, para entregársela a ese con el que sueña,  a ese de película romántica que la sacará del barro y la miseria, a ese amor que, ¡pobre!, nunca le llegará… ¿O quizá sí?


-Juan Carlos Serqueiros-